Comedor Solidario Universitario
Ayer tuve un encuentro añorado. Uno de mis pocos amigos que conservo de aquellos años universitarios en Valparaíso, vino a Santiago y estuvimos paseando y conversando largamente. Al escuchar su voz y ver las fotografías que trajo consigo, mi mente echó marcha atrás... a 1994. Ese año me integré a un equipo de estudiantes de varias carreras y universidades, que dirigía el famoso Comedor Solidario Universitario.
Con su sede en una parroquia, cerca del congreso nacional, este comedor, (fundado en la década del 80, con el fin del sistema universitario gratuito y la fragmentación de la Universidad de Chile en Universidades Regionales) daba colaciones diarias a un grupo de cerca de 150 estudiantes diarios. Todos con el problema de la alimentación.
La mayoría no tenía beca de almuerzo, o vendían sus vales para procurarse dinero. Era también común que la burocracia de las universidades, hacía que las asignaciones de beneficios demoraran incluso meses para repartirse. Así, muchos estudiantes tenían, a parte de la preocupación de estudiar, pagar las mensualidades, o gestionar el crédito universitario, el problema de una alimentación de calidad sin muchos trámites. El comedor suplía esta carencia (que era real). Daba colaciones gratuitas con los mismos índices nutricionales que la que entregaban los concesionarios de las universidades.
Participar de ese grupo fue una de las actividades más satisfactorias que realicé esos años. Conocí el sentimiento desprendido de generosidad de muchos estudiantes, que después se convirtieron en médicos, ingenieros, químicos, psicólogos, arquitectos, historiadores, abogados, etc. Todos ellos trabajaron sin remuneración durante muchos meses y le dedicaron muchas horas de su tiempo, para con otros estudiantes más aproblemados, sin pedir nada. Como algo natural.
Recuerdo a Dante, Ximena, Margót, David, Marcelo, Fredy, Rodrigo, la “Tía Lupe”, y muchos otros...
Inventábamos todas las argucias posibles para lograr incrementar los pocos recursos que reuníamos. Por ejemplo, enviábamos a las niñas más bonitas a comprar al mercado, las que con sus sonrisas y guiños obtenían los mejores descuentos. O las compras en la caleta se le encargaban a las “tías” que nos cocinaban. Ellas se plantaban frente a los pescadores con aires de “madres pobladoras”, para sacarles extras de anguilas y pescado de menudencia como “yapa” en cada compra.
De esos años solo quedan buenos recuerdos de idas en grupo a la playa, comidas en la pensión de alguien, conversaciones interminables frente a las bandejas de arroz o tallarines con salsa. Y dos o tres amigos que, (a diferencia de mis compañeros y colegas de dos universidades), de verdad se preocupan de saber, de llamar, de verte.
Con su sede en una parroquia, cerca del congreso nacional, este comedor, (fundado en la década del 80, con el fin del sistema universitario gratuito y la fragmentación de la Universidad de Chile en Universidades Regionales) daba colaciones diarias a un grupo de cerca de 150 estudiantes diarios. Todos con el problema de la alimentación.
La mayoría no tenía beca de almuerzo, o vendían sus vales para procurarse dinero. Era también común que la burocracia de las universidades, hacía que las asignaciones de beneficios demoraran incluso meses para repartirse. Así, muchos estudiantes tenían, a parte de la preocupación de estudiar, pagar las mensualidades, o gestionar el crédito universitario, el problema de una alimentación de calidad sin muchos trámites. El comedor suplía esta carencia (que era real). Daba colaciones gratuitas con los mismos índices nutricionales que la que entregaban los concesionarios de las universidades.
Participar de ese grupo fue una de las actividades más satisfactorias que realicé esos años. Conocí el sentimiento desprendido de generosidad de muchos estudiantes, que después se convirtieron en médicos, ingenieros, químicos, psicólogos, arquitectos, historiadores, abogados, etc. Todos ellos trabajaron sin remuneración durante muchos meses y le dedicaron muchas horas de su tiempo, para con otros estudiantes más aproblemados, sin pedir nada. Como algo natural.
Recuerdo a Dante, Ximena, Margót, David, Marcelo, Fredy, Rodrigo, la “Tía Lupe”, y muchos otros...
Inventábamos todas las argucias posibles para lograr incrementar los pocos recursos que reuníamos. Por ejemplo, enviábamos a las niñas más bonitas a comprar al mercado, las que con sus sonrisas y guiños obtenían los mejores descuentos. O las compras en la caleta se le encargaban a las “tías” que nos cocinaban. Ellas se plantaban frente a los pescadores con aires de “madres pobladoras”, para sacarles extras de anguilas y pescado de menudencia como “yapa” en cada compra.
De esos años solo quedan buenos recuerdos de idas en grupo a la playa, comidas en la pensión de alguien, conversaciones interminables frente a las bandejas de arroz o tallarines con salsa. Y dos o tres amigos que, (a diferencia de mis compañeros y colegas de dos universidades), de verdad se preocupan de saber, de llamar, de verte.
Etiquetas: recuerdos
2 Comentarios:
Estoy viendo sitios y blogs de arquitectura y diseño, me aprece que esto de los blogs cada día permiten más cercanía.
Te recomeindo un sitio web increíble, de un joven arquitecto www.gvarq.cl
Gracias, lo visitaré.
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