Hace poco se reformó la constitución. Esto es doblemente importante. Por un lado, no es un hecho común que nuestra carta fundamental sea reformada. Aún cuando la gran mayoría no sopese su importancia.
Y lo segundo, por lo que es importante, es que se trata de un proceso avanza en el camino de la democracia misma, acercando el texto constitucional a los principios democráticos que deberían regir siempre nuestra convivencia. Y digo deberían, pues es por todos conocido, que nuestra constitución aún está en ese camino.
Desde que se firmara, en medio de la dictadura, hasta que se reformulara para hacerla operativa a la nueva democracia que se iniciaba a principios de la década de los 90, la constitución a seguido un camino largo de maduración y perfeccionamiento. Lo que ha incluido, el que fueran terminándose todas aquellas normativas autoritarias, que simplemente distorsionaban la legalidad política del país, poniendo en riesgo a la larga, no solo nuestro futuro republicano, sino nuestra estabilidad social.
Todas han caído, excepto una: el binominalismo.
Este sistema, (defendido por la derecha), ha creado un falso equilibrio del poder en el seno del parlamento (y de las instituciones cuyos consejos directivos son nombrados a partir de el) además de una falsa lectura de la realidad social en su conjunto.
Pero más grave aún, ha marginado a una parte importante de la representación y participación política.
Se trata, no solo de la conocida izquierda extraparlamentaria, (de la que no comparto todos sus planteamientos) sino de muchos otros grupos:humanistas, ecológicos, étnicos, etc. La búsqueda de una supuesta bipolaridad política en nuestro sistema (un mundo en blanco y negro) es simplemente el más grande de los errores. Se evidencia así la miopía de una parte de la clase política, que buscando ganancias mezquinas y cuotas efímeras de poder, ponen en riesgo la estabilidad y la paz de nuestra sociedad, ya que todos sabemos el fin al que nos lleva la marginación y la intolerancia: la irrupción violenta de los grupos más postergados.
Se trata de que se está arriesgando irresponsablemente el futuro pacífico y estable al que todos aspiramos. Todo por un sentimiento de desprecio y arrogancia de quienes se creen clase privilegiada, hacia el ciudadano común. Nos creen incapaces. Nos creen ignorantes. Pero más que nada, es un desprecio hacia la diversidad (de opinión, de origen, etc.).
Y vemos como este desprecio por la diversidad, por los derechos de miembros postergados de nuestra sociedad, se repite nuevamente en el rechazo de la inscripción de la candidatura del líder mapuche Aucán Huilcamán (y el proyecto de ley que pretendía remediar esta exclusión).
No querer escuchar a nuestros compatriotas, negándoles el derecho a opinar, a ser actores en nuestra cotidianidad, es no querer encarar la realidad misma. Así como mantener el binominalismo, es vivir una mentira.
¿Realmente creerán algunos candidatos que pueden conquistar a un pueblo disfrazándose de su cultura un día, para darles vuelta la mirada en la calle, al siguiente? ¿Realmente creen que podrán conseguir la confianza de una nación, cuando ellos mismos no confían en lo que la mayoría desea u opina sobre el destino de su propio país?
Pero la verdad, no deberíamos sorprendernos. Puesto que vemos todos los días como algunos políticos y partidos no tienen empacho en declarar públicamente no poder distinguir entre democracia y dictadura; entre justicia e impunidad; entre la igualdad y la desigualdad. Entre el voto mayoritario y uno minoritario. En el fondo, entre la verdad y la farsa.
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